Cuando la imagen de ese atardecer marino le sorprendió por la mañana, el Blanco Navajo (ffdead), derivado del Rojo (ff0000) y del Amarillo (ffff00) y en composición similar al Cajón de Arena (fef5ca) o al Salmón Claro (ffa07a), pudo ser identificado como tono de transición entre el Azul Acero (36648b) y el Rojo Naranja (ff4500). Lo identificó cuando recorría el Boulevard Albert 1er en el Street View desde un cómodo asiento que predominaba en su sala de estar; lo identificó enseguida porque únicamente veía colores: habituado a la pantalla, su experiencia sensible se había reducido casi por completo pero sus agudos ojos podían reconocer y catalogar hasta 256 tonos del espectro electromagnético. Así reducido, observando y distinguiendo colores, había derrochado los días y las horas, incluso las semanas, inmerso en un espectacular programa que con el tiempo se convirtió en vicio.
A punta de ratón y tecla llegó a identificar pisos térmicos y microclimas, aprendió a catalogar especies de árboles y arbustos, a medir altitudes sin barómetro y a referenciar su posición sin brújula. Visitó latitudes varias pero no por ello se convirtió en viajero o en turista, pues a pesar de recorrer considerables distancias, regresaba siempre con las manos vacías. Las imágenes prestadas le permitieron imaginar experiencias ajenas y con datos pudo construir universos virtuales; robó y compartió innumerables veces vivencias salvaguardadas por derechos de autor, vivencias que trató de apropiar y que no pocas veces creyó propias; con extensiones tecnológicas erró y erró, y sin darse cuenta, entumeció su ser.
Esa tarde, sin embargo, advirtió la reticencia del programa y decidió descansar unas horas alejado de la pantalla, pensando que allí nada encontraría. Habiéndose recuperado de la fatiga y como tentado por las vibrantes apariciones, volvió entonces a su lugar habitual, vista la cara hacia la matriz lineal, y lleno de esperanza, buscó nuevos paisajes. Ésta vez, se dijo, algo recogeré.